En los últimos años, la Administración tributaria ha tomado plena conciencia de una realidad que se venía gestando silenciosamente: el avance tecnológico, al mismo tiempo que facilita la gestión contable y fiscal de las empresas, ha abierto nuevas vías para la evasión y la elusión fiscal. No se trata ya únicamente de prácticas tradicionales —como la ocultación de ingresos, la utilización de testaferros o la manipulación de libros contables—, sino de un fenómeno más sofisticado, sustentado en el uso de programas informáticos capaces de alterar o falsear la realidad económica de las operaciones registradas

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